sábado, 6 de septiembre de 2014

El desamor tiene algo que lo hace más reconocible. Es como un estigma visible a través de la ropa y las máscaras. Como un aroma que prevalece sobre el desodorante y del que no puedes escapar por mucho que sudes contra otros cuerpos. Una especie de aura de tristeza y derrota que embota la mirada y acartona la sonrisa.
Y da lo mismo lo que se oculten. No importa lo fuerte que rían o lo mucho que corran para perderse. No importa que se crean martillos de clavo en clavo. No importa, porque se les ve el dolor sobre la frente, como una corona de laurel y espinas que se clava haciendo brotar gotas rojas de ocasiones desaprovechadas y decisiones sin tomar. Gotas que hacen surcos profundos por los que se ve la verdad.
Y lo peor es cuando te levantas de otra cama, te miras en el espejo, y reconoces todo lo que escribes en tu propio reflejo.

1 comentario:

la chica de la sonrisa rota dijo...

Con la frase final se me ha quedado algo atascado en la garganta.
Maravilloso, como siempre.