martes, 17 de noviembre de 2015

No, no voy a irme contigo esta noche. Ni siquiera debería estar aquí. No podemos ser amigos y, desde luego, no podemos ser algo más. No podemos ser nada. Por eso quedamos aquí, charlamos, y durante unos minutos nos olvidamos de quien eres tú y quién soy yo. De quienes pudimos ser. Nos imaginamos las inmensas posibilidades que resbalan por nuestros dedos y ni siquiera podemos llegar a rozar. Porque eso es lo que somos. Posibilidades.
Dos personas que se olvidan del tiempo y del mundo, del daño que se hicieron y de los besos que no se dieron. Y nunca se darán. Y así es como ha de ser, los recuerdos mejor sumidos en el más profundo y penetrante silencio. Enterrados. Y los sentimientos también porque, a la larga, sólo desgarran ilusiones y descuartizan esperanzas. Cierra los ojos y recuerda cómo se quedó todo una vez, manchado de gris y de palabras amargas. No, créeme, no queremos que se repita ese desastre.
Lo cierto es, que no te quiero. No creo que pueda volver a quererte alguna vez. No creo que nos perdone la manera en que nos sacamos el uno del otro de nuestras vidas, a patadas. No creo que haya nada que levantar entre todas estas ruinas. Simplemente, cuando nos vemos, creo en eso de los viajes en el tiempo. Y por un instante, por un instante, todo. Por un instante todo. Y de nuevo, la tinta que escribe nuestra historia me sangra en mis heridas. Nada de esto merece la pena, porque hay cosas, viejo amigo, que no pueden ser.
Hay cosas que no pueden ser. Y hay personas que tampoco. Personas con las que, por elección nuestra, por elección suya o porque los planes se torcieron a medio camino, hay personas con las que nunca seremos lo que podríamos haber sido. Hay recuerdos que no se pueden sepultar. Y sólo vendiendo mis palabras y envenenando mis valores. Sólo cuando no tema arder en la hoguera de las malas decisiones. Interpretar esas películas de terribles desenlaces y finales tristes. Sólo entonces me permitiría darnos una oportunidad.
Por eso estas letras. Porque quiero que sepas que, pese a todo, quiero que todo te vaya bien. Con otra persona. Quiero que te alejes de los problemas, o que te alejes con los problemas, pero que te alejes de mis verbos en presente y en futuro. Porque los verbos en pasado ya huelen a tu perfume. Quiero que te lleves los fantasmas que me recuerdan a ti. Pero, sobre todo, de verdad, quiero que te vaya bien. Quiero que lo pongas todo patas arriba, a otra persona. Yo ya he colocado los muebles de mi vida demasiadas veces.
No voy a irme contigo esta noche. Simplemente, ya sabes, en la vida hay cosas que no pueden ser. Y tú eres la primera de mi lista.