Amar es más fácil cuando te acostumbras a perder, y nosotros siempre hemos jugado con los ojos cerrados y la luz apagada. Fuimos sinónimos de vidas opuestas, tan diferentes que tus sombras de la pared sabían a melancolía, y las mías a avidez. Y nunca fuimos sinceros para demostrarnos que es imposible jugar con las sombras sin que uno de los dos se atreviera a encender la luz. Fuimos manchas en un cristal que no nos dejaba ver lo de fuera, de esa ventana que nunca nos dejó lanzarnos al vacío por miedo a no saber volar, a no saber volver, a no saber cerrarla y dejarla sola, sin dueño.
No entendimos que si no cuidas el comienzo, precipitas el final.