martes, 26 de agosto de 2014

Hay monstruos que se disfrazan de belleza, y demonios de percepción. Vivimos convencidos de muchas cosas que nos son reales más allá de nuestra propia mirada o nuestro tacto, y nos negamos a reeducar nuestras creencias, esas tan superficiales que cualquier arañazo de realidad puede llegar a deslucirlas. Compartimos sin saber, porque saber es una persona horrible que requiere atención, dedicación y compromiso, y somos demasiado rápidos para quedarnos quietos el tiempo que necesita.
Y es una lástima, porque por el camino nos perdemos a gente maravillosamente fea. A personas cuya dulzura se desborda por dentro de la piel, por la sonrisa y por una mirada tan limpia que cura las heridas más profundas. Y es una lástima porque los ojos deciden, porque la vista manda, y las miradas no son lo que deberían. Y es una lástima porque todo se reduce a ocasiones que el gusto disimula y maquilla de aciertos, cuando en realidad no son más que errores sacados del reflejo de nuestro propio interior.
Y es una lástima que no queramos darnos cuenta.

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