jueves, 24 de septiembre de 2015

Tú y yo: esas famosas líneas paralelas que en la teoría nunca se tienen que cruzar. Tú y yo, que una noche cualquiera jugamos a encontrar la manera práctica de salirnos disimuladamente del camino y chocarnos en algún lugar.
Dos renglones torcidos que aparentan rectitud para no tener que darle explicaciones al qué dirán. Una goma que se estira lo suficiente pero nunca demasiado. Siempre cerca, a veces lejos, tira, afloja. Y volver.
Y aquí estamos.
Tú: maneras de querer, que un día pueden con todo y al otro no saben de nada. Tú, vida a dolor y ganas de comerse el mundo por el tejado. Tú, vacíos existenciales llenos de momentos que dan ganas de existir.
Tú, voluntad sin planes que vive el momento porque mañana puede no llegar nunca. Tú, que sigues buscando maneras de pelear una causa que hace mucho se perdió. Yo, que siempre lucho a tu vera en guerras paralelas que nadie conoce.
Yo, que no quiero hacer ruido por no despertar a la bestia. Tú, catástrofe natural que no sabe andar de puntillas. Tú, peligro a la vista con traje de luces en busca de peores plazas en las que torear. Yo, mirada atenta desde el burladero esperando a que corra la sangre.
Tú, puerta que sólo se abre hacia fuera. Yo, que nunca sé si usar la llave o llamar antes de entrar. Tú, obviar lo obvio negando lo innegable. Yo, silencios que hace tiempo aprendiste a leer.
Tú, veranos que no acaban. Yo, estaciones que se adaptan a tus vientos. Tú, olmo cansado de que le pidan peras. Yo, ley de la reciprocidad por bandera y lealtad como libro de cabecera que no acepta peros.
Tú, morir matando. Yo, herida por arma de fuego con disfraz de sonrisa. Tú, fuerza imparable. Yo,objeto inamovible. Paradoja imposible en el mismo universo a la vez.
Tú, que corres en círculos cerrados. Yo, que ya aprendí a no correr detrás de quien sabe dónde estoy.
Tú, que no lo sabes. Yo, que sí lo sé.

Tú, luz de gas que se enciende al calor de un secreto que grita a pleno pulmón. Yo, grandes esperanzas que aprendieron a ser pacientes a fuerza de esperar lo inesperado. Tú, que sólo oyes. Yo, que te digo lo que no quieres escuchar.
Tú, baile infinito de horas que siempre llegan tarde y sin peinar. Yo, tiempo de sobra que nunca impacienta y te sabe bailar. Tú, mentiras piadosas dichas a medias. Yo, cojo que aprendió a correr más que un mentiroso para seguirte el ritmo.
Tú, acantilado frente al mar de una vida que aún está por compartir. Yo, que nunca me acuerdo de mirar antes de saltar. Tú, que siempre caes de pie. Yo, que tengo siete vidas.
Tú, heridas de guerra que nadie ha conseguido curar. Yo, colección de cicatrices que me recuerdan quién soy. Tú, libertad que busca dueño sin correa. Yo, avión que pide pista para aterrizar.
Tú, inconsciencia consciente de sus tropiezos que siempre encuentra nuevos agujeros en los que meter la pata. Yo, que juré no juzgarte más y me dedico a saltar en los charcos que dejas cuando pasas.
Tú, calmas que preceden tormentas. Yo, barco sin timón que siempre capea el temporal. Tú, abrazos a destiempo que no saben si dicen hola o adiós. Yo, don de la oportunidad que pasea por tu espalda y no sabe decir ‘quédate’. Tú, que si buscas encuentras. Yo, que me dejo encontrar.
Tú, y tu mundo genial de las cosas que dices.
Yo, y mi extraña manía de enamorarme de las que haces.

Y aquí seguimos.
Tú, que nunca dices nada.
Yo, que me sobran las palabras.

Tú, ida y vuelta.
Yo, sólo ida y no mires atrás.

Tú, una de cal.
Yo, dibujando en la arena.

Tú, una noche cualquiera.
Yo, los días que hagan falta.

Tú.

domingo, 30 de agosto de 2015

Algunos pájaros no están hechos para estar enjaulados, eso es todo. Tienen plumas demasiado brillantes, su canto es demasiado dulce y libre. Así que, o les dejas ir, o, cuando abres la jaula para darles de comer, se las arreglan para escapar volando. Y la parte de ti que en el fondo sabe que era un error tenerlos cautivos se alegra, pero el lugar en que vives se vuelve mucho más triste tras su partida.

viernes, 24 de julio de 2015


Solía pensar que el mundo se regía por formas cerradas.
En el colegio me enseñaron que un círculo era redondo, y que un cuadrado era aquella forma geométrica compuesta por cuatro lados iguales. Me enseñaron que las cosas se medían con una regla y un compás, y que para encontrar la respuesta a la pregunta bastaba con realizar la suma correcta.
Me enseñaron a valorar aquello que sabía en una escala del 1 al 10, siempre recordándome que para tener éxito en la vida era imprescindible saber por lo menos quién inventó la bombilla y lo que se quiere ser de mayor.
Me enseñaron que mi casa estaba en la dirección que tenía apuntada en la agenda, y que mi familia eran esas personas a las que me hacían dibujar en un folio desde que tenía cuatro años, así como me enseñaron a cumplir una serie de normas escritas por alguien que no se había tomado la molestia de preguntarme si a mí me parecían bien. Me dijeron que un ser humano es un ser racional que necesita 8 horas de sueño por cada 16 de vigilia y que no se puede viajar a la velocidad de la luz.
Me enseñaron que la historia se cuenta en una frisa cronológica y que los órganos del cuerpo humano funcionan de manera conjunta y sin parar desde que nacemos hasta el día en que morimos. Me enseñaron a no poner los codos encima de la mesa, a mantener los brazos pegados a mis costados y a coger el tenedor con la mano izquierda y el cuchillo con la derecha. Durante años me explicaron que lo natural no era aquello que nos dictan los impulsos sino aquello que, aparentemente, es normal.
Se les debió olvidar decirme que gran parte de todo aquello que me habían enseñado no me iba a servir para absolutamente nada si algún día, por algún casual, tuviese la suerte de vivir de verdad.
Debieron pasar por alto comentarme que un día te puedes levantar y darte cuenta de que se te han roto las esquinas y que la única manera posible de cerrar tus círculos es tomarte una cerveza con tu mejor amigo, y no utilizando una regla y un compás.
Tal vez fui yo quien faltó a clase el día que explicaron que cuando conoces a tu persona, Thomas Edison y su bombilla no son más que un amateur de la electricidad intentando encender un globo de cristal, porque tú has encontrado la definición gráfica de luz, encima esa definición habla, camina y sonríe. A veces incluso se enfada.
Puede que esas personas que me enseñaron a comportarme correctamente en la mesa no supieran que la mejor de las cenas es la que tiene lugar cuando te sientas en el suelo con tus amigos y uno de ellos acaba lanzándote sus patatas. Llenas de mayonesa, claro.
A lo mejor se saltaron esa parte del temario en la que te explican que tu historiase mide por las veces que has sufrido hasta decir basta y por aquellas que has sido tan feliz que podrías haber muerto ese día y decir bien alto y con todas las letras que eres la persona más afortunada del mundo.
Me imagino que en una de las quinielas que hacía para los exámenes debí descartar el capítulo del libro que dice que esa persona supuestamente mediocre que suspendía hasta el recreo y por la que nadie daba un duro es ahora ese compañero que lleva cinco años en un laboratorio intentando encontrar la molécula que hará que un día no nos muramos todos de cáncer.
Supuestamente en ese capítulo también era donde ponía que un corazón que late no siempre es un corazón que está vivo, y que un corazón vivo se puede parar fácilmente cuando alguien te mira y te dice que su persona eres tú.
Quién sabe, igual hice pellas justo en la hora en que el profesor por fin decidió confesar que si te pierdes un amanecer en la playa con tus amigos porque tenías que dormir ocho horas es porque eres gilipollas y que tu familia no son solamente tus padres y tus hermanos, sino también esas personas que se tirarían debajo de un autobús por ti y que, como las contamos con los dedos de una mano, caben de sobra en el folio.
Seguro que ese día fue el día que dio una clase magistral para explicar que si una de las personas que dibujas en el folio tiene un problema, te ríes de la luz y de su velocidad de viaje. Fijo que la lección de ese día se llamaba "tu casa es donde está tu gente".
Igual fue porque odiaba profundamente a mi profesor de matemáticas y nunca presté demasiada atención a lo que contaba, pero me da la sensación de que nadie le dijo a ese señor que lo de que dos más dos son siempre cuatro es una de esas cosas que tendemos a dar por hecho y que un día la vida se encarga de explicarnos que no es así.
Que no, que las obviedades no son tan obvias, que ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, que las cosas no son siempre lo que parecen y que tu convicciones son convicciones hasta que te das cuenta de que estás totalmente equivocado. Así que no señor, dos más dos no son siempre cuatro, y la respuesta correcta no siempre se encuentra sumando.
Todavía a veces me planteo si de verdad querían hacernos creer que viviríamos toda nuestra vida cumpliendo siempre las normas. A lo mejor pensaban que íbamos a dejar de saltar vallas solo porque un cartel nos decía que no lo hiciésemos o a dejar de subirnos a los tejados porque se supone que las personas no deben subirse a los tejados. A lo mejor pensaban que nos íbamos a perder lo que se siente cuando te olvidas de lo que se supone que tienes que hacer y haces lo que de verdad te da la gana hacer.
Quizás se olvidaron de decirnos que la mejor manera de descubrir lo que quieres ser de mayor es ser quien quieres ser en cada momento de tu vida.
A lo mejor la vida es eso que te pasa cuando aprendes que el mundo no se rige por formas cerradas, sino por las mil formas abiertas en las que se puede vivir.

viernes, 26 de junio de 2015

Esto es por todas las personas que están siendo fuertes ahora mismo.
Cuando conociste a esa persona no sabías, no pensabas, no podías llegar a imaginar que pudieras enamorarte de ella. Tú no estabas especialmente interesado, le conociste por casualidad. Tal vez en clase, tal vez por ser amigo de unos amigos. Él estaba siempre pendiente de ti, si algo llegó a gustarte fue su perseverancia. Esos pequeños detalles que tenía contigo sin esperar nada a cambio, y exactamente eso era lo que le dabas. Pero él seguía ahí y, cuando todos esos detalles empezaron a tener peso, cuando te demostró más de lo que lo hacían tantas otras personas, decidiste darle una oportunidad. Sin planes de futuro, sin presiones. Le diste una oportunidad, y no sabes cuándo, no sabes cómo, te enamoraste.
Las cosas iban muy bien, la balanza empezó a igualarse y estabais perdidamente locos el uno por el otro. Estoy seguro de que podrías contarme tantas historias que tenéis juntos, tantas aventuras, lugares y experiencias nuevas que compartisteis, que el tiempo no sería suficiente. Estabas encantado. Estabas ilusionado. Los días pasaban.
Creo que cuando algo se tuerce, cuando todo cambia, nos damos cuenta en ese mismo momento. Cuando algo es diferente a como lo solía ser, cuando sabes que algo pasa, hay una milésima de segundo en la que tu mente empieza a ir a mil por hora, y tú te quedas quieto, con la respiración entrecortada, con los ojos clavados en algún punto del horizonte que nadie es capaz de acertar. Y me duele imaginarte así, de piedra, con el corazón temblando y la cara ardiendo.
Cómo duele, ese preciso momento, en el que te das cuenta de que algo va mal de verdad.
También creo que una relación es un tira y afloja y que, dependiendo del momento, siempre hay uno que "quiere más", por decirlo de algún modo. Y normalmente, el que empieza estando más pendiente, el que más se lo gana, acaba siendo el que menos lo está. Y no sabes en qué momento tu balanza empezó a desequilibrarse. Dejó de ser un rato tú otro rato yo, y te quedaste con todo el peso de la relación, intentando mantenerla a flote, sujetándola con los dos brazos como quien se asfixia entre dos pareces que se van juntando.
Hasta que te ahogas.
Nada de lo que pueda decir consuela. Ni lo que te digan tus amigos, familiares, compañeros... Nadie excepto todo lo que pase por tu mente.
Cuando una relación se acaba, lo más complicado es pasar página. Mucho me temo, que no tengo la clave para eso. Pero nos da por agarrarnos a clavos ardiendo que no están sujetos a ninguna parte, vamos cayendo, y con cada golpe nos alejamos un poco más del amor que creíamos sentir por esa persona que ya no está con nosotros. Lo importante es llevarse un buen golpe, uno de esos que te dejan sin habla y no reconoces quién es él ni qué queda de ti y de lo que fuisteis juntos.
Lo importante es dejar atrás la rabia, cuando vas viendo cosas que no te gustan y aprietas los puños con los ojos empapados en lágrimas y las mejillas acaloradas. No mires sus fotos. No las mires. Para qué. No busques explicaciones. Para qué las quieres. Pero deja atrás también el optimismo. Porque se ven cosas que, simplemente, no las hay.
Desde luego, hay muchas parejas que lo arreglan. Si crees que puedes mirarle a los ojos y confiar en él. Si crees que realmente está arrepentido, que te merece la pena y que los malos días no saldrá todo a la luz: adelante. Pero muchas otras parejas no lo arreglan, porque hay cosas que no se pueden arreglar. Y punto.
Demuéstrale, y demuéstrate. Por ti, por tu familia, por tus amigos, que eres más fuerte que todo eso. Que eres una persona lista, guapa, inteligente. Que nadie como tu sabe bailar, que nadie como tu sabe reír. Mantente ocupado. Lee, sal a tomar algo. Pide recomendaciones para ver nuevas películas. Viaja. Que eres único, y el que se lo ha perdido es él. Pasar página no es cuestión de días. Pero podrás con ello y, unos meses después leerás esto y te darás cuenta de que ya no piensas tanto en él, de lo rápido que ha pasado el tiempo y por cómo han cambiado las cosas. Por supuesto, para mejor.

viernes, 19 de junio de 2015


No te hablaré del amor que ya conoces. No te contaré esas cosas de las que todo el mundo habla, ni te platicaré lo que he cambiado gracias a él, y mucho menos te diré lo que podría ocasionar en ti. Creo que eso lo debes saber a la perfección.
Es mejor que te cuente qué pasa si es que llega a faltar después de haber pasado mucho tiempo anidando en tu pecho, en ese espacio que sientes vacío ahora mismo. Sé que sientes ese hueco como todos a los que nos han deshecho el alma a pedradas. No sabría decirte por qué justo en ese lugar, pero el punto es que sabes que es así, así que no nos hagamos los tontos.
Comenzarás a perder la fe, abandonarás la esperanza y querrás cerrarte a toda emoción, porque la sensación de vacío es indescriptible e indeseable. Te harás a un lado cuando alguien llegue pretendiendo querer llenarlo. Apartarás la vista de lo que podría ser un buen amor y querrás huir. El miedo hace cosas tenebrosas cuando experimentas el desamor.
Y ese mismo miedo te hará preguntarte mil y un cosas acerca del amor, si de verdad existió tal cosa, de por qué siempre hay quien quiera más, querrás saber qué le pasa a ese sentimiento cuando ambas partes se han ido y, más que nada, cuestionarás si hay algo aún para ti allá afuera.
Yo no fui quien te hizo desconfiar. No seré quien conteste tus preguntas, pues ni siquiera yo me he podido responder a mí mismo. No soy quien sanará tu corazón, pues solo me lees y no habrá manera de que sepas quién soy. No consolaré tu ser y no castigaré a quien te hizo eso. Pero debes saber que hay muchísima gente allá afuera haciéndose las mismas preguntas, llorando, maldiciendo, temblando de enfado, de tristeza y apretando las sábanas contra su pecho vacío.
En lugar de estar ahí, doliéndote y esperando que alguien te traiga las respuestas, levántate, sacúdete el polvo y ve a buscar la respuesta por ti. Para tu propio bien y alivio. Corre y ama de nuevo, y si encuentras las respuestas que buscas, háznoslas saber.

sábado, 30 de mayo de 2015

Notarás tu amor por el brillo de mis ojos cuando ya no puedas verlos. Querrás enredar tus dedos en mi cabello cuando ya no puedas recordar lo que se sentía. Querrás abrazarme cuando te des cuenta de que ya no estaré ahí para abrirte mis brazos. Necesitarás mis palabras y mis miradas cuando logres entender cuánto podrían haber significado para ti. Recordarás mi sonrisa y mis gestos cuando ya ni siquiera puedas encontrar mi rostro.
Lograrás darte cuenta del gran amor que teníamos cuando ya sea demasiado tarde, cuando yo ya haya decidido marcharme, pues estabas demasiado enfocado en dejarme de lado. Querrás besarme cuando mis labios ya no quieran tocar los tuyos, y querrás tomar mi mano cuando el calor que te entregaba haya desaparecido. Vas a querer abrazarme por las noches, pero tendrás que poner tus brazos sobre tu almohada, en lugar de mi piel, pues ya no estaré ahí para buscar tus brazos, ni despertarte por las mañanas.
Me valorarás cuando ya no esté, pues te darás cuenta de la falta que te hago, y eso es lo típico. Desearás haber estado conmigo cuando yo ya haya tomado mi propio camino y ya no quiera volver la vista atrás.Me amarás más cuando ya no puedas escucharme decir cuánto te amo, porque ya no estaré dispuesta a hacerlo, pues perdí el coraje y las ganas de decirlo.
Querrás estar conmigo cuando mis fuerzas ya estén flaqueando, cuando esté cansada de haberte esperado, cuando ya no tenga ganas, pues no quisiste hacer el esfuerzo, y eso es lo peor, porque siento que recién podrás valorarme cuando mi amor se haya apagado y yo me haya marchado.

martes, 12 de mayo de 2015

Si estuvieras delante te diría que me hubiera gustado haberte dicho más de lo que llegué a decirte. Que me hubiera gustado callarme todo lo que no debí haber dicho. Que las palabras no son más que palabras.
Te diría que durante el tiempo que nos distanciamos estuvimos más cerca de o que nunca habíamos estado. Que nadie fue tanto queriendo ser nada.
Te diría que besé otras bocas y mordí otros labios, pero que los tuyos saben mejor. Que aunque otros bailaron más conmigo, como tú no baila nadie.
Te diría que recorriendo otros cuerpos descubrí que ninguno es como el tuyo. Que otros son más guapos, pero que ninguno es como tú. Que los demás son cualquiera a tu lado.
Si estuvieras delante te diría que otros duelen más, pero que tú dueles siempre. Que llevo tus heridas tatuadas de por vida.
Te diría que te recordaré como el primero de mi lista. Y como al último que debí haber querido. Que todos fueron menos de lo que tú fuiste. Que todos fueron más de lo que deberían haber sido. O que ninguno mereció serlo más que tú.
Te diría que es verdad que quise a otros, porque quiero más de lo que debería, pero que si dejamos de querernos -si es que eso puede dejar de hacerse- fue porque el azar no quiso darnos esa suerte.
Pensándolo bien, si estuvieras delante lo último que haría sería decirte nada.
Aunque recuerda que, como dije, las palabras no son más que palabras.

jueves, 2 de abril de 2015

Hay personas que caen en espirales. Hay espirales que se van haciendo más y más oscuras a medida que giran. Existen espirales de silencio, de vacío y mediocridad. Pero hay otra. Está la espiral del valor.
Por supuesto, entrar no es fácil. Es como intentar llevarse al chico guapo de la discoteca estando descamisado, sudado, bañado en alcohol y con los ojos medio cerrados. Y pegándole un pisotón. Complicado.

La espiral del valor es una especie de club privado en la última planta de un edificio de treinta pisos sin ascensor. Llegan allí los que se han hartado a subir escaleras, los que han comprendido que los caminos en línea recta no llevan a sitios que merecen la pena, los que se han quedado tirados en mitad de la carretera pero están dispuestos a empujar el coche hasta el final del trayecto.
En la vida hay cosas difíciles. Y una de ellas es darse cuenta de que siempre hay dos opciones. Y digo opciones, no soluciones.
El que dijo que las malas noticias vienen de dos en dos, era un optimista. Y un tipo con suerte. La verdad es que vienen de cinco en cinco, y si me apuras, de seis en seis. Vienen a palazos. Hay una especie de maquinaria preparada para echar cantidades industriales de mierda en el mismo sitio, como si las hubieses encargado.
Pero aún con todo eso, seguimos teniendo dos opciones. Siempre podemos elegir entre ahogarnos o nadar. Mejor, podemos flotar.
Y quien flota, por lo menos, no se ahoga.
A veces esperamos que algo o alguien venga a por nosotros. Pretendemos que, como en esas máquinas llenas de muñecos, un gancho venga desde arriba y nos lleve hasta la superficie. Y esperándolo nos dejamos ir. Hasta que una voz nos pregunta algo así como "¿Acaso crees que sólo existes tú?" Y esa voz somos nosotros mismos. Y abres los ojos. Y aunque sigue igual de oscuro, te das cuenta de que a tu alrededor hay más cosas. Te das cuenta de que por cada cosa mala, hay una buena a la que no estabas prestando atención.
Entiendes que nos han dado la actitud y la voluntad como escudos protectores. Comprendes que la cuerda te la tienes que dar tú mismo, y de que aún así, hay gente esperando a que abras la mano y entres en la espiral del valor.
Llega un día en el que comprendemos que las opciones nos las damos nosotros. Que, al igual que nadie nos puede decir lo que hacer, tampoco nos pueden decir qué no hacer. Que las explicaciones que damos a los demás son las que nos queremos dar a nosotros mismos, y que a veces hay que enseñarse y corregirse hacia dentro. Y por supuesto que la vida no es justa. Pero, ¿acaso nosotros lo somos siempre?
Claro que llueve. Llueve, truena y graniza. Caen chuzos de punta. Pero nadie puede impedir que te pongas el chubasquero.
Hay umbrales que no están debajo de ninguna puerta. Hay umbrales que separan el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto, lo posible de lo imposible. Hay umbrales del dolor. Y umbrales del valor.
Sí, tienes razón. Es lo que hay, pero no es todo.
Las llaves no se tiran solas al fondo del mar y sólo tú decides cuándo dejar de buscar. Sólo tú decides en qué espiral quieres entrar.

domingo, 29 de marzo de 2015

Posiblemente de esto es de lo que trata la vida: Caerse y levantarse.
Que tal vez el precio que hay que pagar por estar en las nubes, sea el dolor de darse de lleno contra el asfalto, la caída libre.
Que si algo he aprendido, es que las casualidades no existen y que todo pasa por algo. Siempre hay algo por encima de nosotros que se escapa al entendimiento. Llámalo destino o como queráis, pero ahí está, y tal vez siempre quiera llevarnos en la dirección correcta.

martes, 10 de marzo de 2015


Putos buitres. Pueden esperar durante horas. Días. Por las noches también. Te miran con descaro y eligen las partes que te arrancarán en primer lugar, qué trozos serán los más tiernos, los más sabrosos o qué parte será la más conveniente.
Lo que no saben, lo que nunca esperan, es que la presa esté fingiendo. Los buitres son presas fáciles. Justo cuando creen que lo único que deben hacer es tener paciencia, quedarse sentados y esperar a que te mueras, es cuando les golpeas. Es el momento en que utilizas el arma secreta: una falta de respeto absoluta por el status quo; la negativa a aceptar el orden de las cosas.
Es justo entonces cuando los dejas pasmados al demostrarles que te importa una mierda.