Las personas son como los libros, pero mucho menos accesibles.
Hombres como libros, buenos libros.
Que existieran tantos para leer que siempre me encontrara ante la decisión difícil de cuál colocar primero al lado de mi cama. Pasear, ojearlos, tenerlos un rato en mis manos y dejarlos, escogerlos otro día... y encontrarlos. Interesantes, divertidos, inquietantes, inteligentes, desnudos, repletos de contenido. Excitantes, amantes y sin miedo a volar. Atemporales, intensos. Sensibles y sin miedo.
Tenerlo en la mente, encontrarlo.
Con un capítulo de esos que admiras por su elocuecia, por su contenido, por su acertada metáfora, por su belleza, por su promesa. Admirar aspectos superficiales pero que a veces nos hablan en susurros desde el interior: Los colores, dibujos, fotografías, citas.
Cerrar los ojos y percibir su olor, el calor de su piel, mi deseo.
Abrir sus páginas y perderme.
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