Cubriéndome el rostro con su sombra, un lobo me presionó la
mano y la mejilla con el hocico. Clavó sus ojos amarillos en los
míos mientras los demás me tironeaban de aquí y de allá.
Me aferré a aquellos ojos tanto como pude. Amarillos y próximos,
emitían destellos de múltiples tonalidades doradas. No
quería que apartase la mirada, y no lo hizo. Deseaba extender
los brazos y agarrarme a él, pero las manos se me quedaron
acurrucadas en el pecho, atenazadas por unos músculos que se
negaban a moverse.
No lograba acordarme de cómo era tener calor.
El lobo se alejó y los demás se me acercaron aún más, asfixiantes.
Me pareció que algo aleteaba en mi pecho.
No había sol; no había luz.Me estaba muriendo. No recordaba
el aspecto del cielo.
Pero no morí. Me perdí en un mar de frío, y después, al renacer,
me vi en un mundo cálido.
Recuerdo una cosa: sus ojos amarillos.
Creí que jamás volvería a verlos.
1 comentario:
Heyy!! Me encanto tu entrada, espero que te pases por mi blog, te seguiré leyendo. Saludos, buena vibra.
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